Dos gigantes

Nos dice el taxista que los 16.000 habitantes de Punta del Este se convertirán en 600.000 en un mes. Argentinos, uruguayos y brasileños que vienen a pasar la Navidad en bañador. 

El mayor monumento de la ciudad es una mano gigante que emerge de la arena y provoca división de opiniones entre los locales: hay quien ve una fuerza irrefrenable que se dispara desde un posible centro de la Tierra y hay quien intuye los últimos estertores de un gigante que se ahoga. 

En ambos casos de trata de una grandeza que transita. Desde un centro que parece núcleo de creación o desde el mar que todo lo puede, que todo lo ahoga. Pareciera que a los dos gigantes les espera un futuro más áspero que su presente. 

Hay algo bonito y triste en los pueblos de playa vacíos. Contenedores de turistas que esperan silenciosos a la muchedumbre, mientras algún operario arregla un suelo de parqué a martillazos o pinta una columna. Es un silencio distinto al de los lugares que nacen y mueren pequeños y quietos. Aquí el mar desafina, como intentando rugir por encima de otro mar que no existe. 

Frente a la playa, una isla. Un montículo verde desafiando al océano en el que adivino un faro y sospecho un restaurante. Ya pronto llegarán unos, ya pronto les servirán los otros. Nosotros nos marchamos mañana y nos perdemos la danza. Pero nos llevamos un trocito de este silencio extraño. 

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