El Corte Inglés


Hoy es 4 de marzo de 2004. Tienes un móvil con tarjeta de prepago de Movistar. De vez en cuando vas a la planta -1 de El Corte Inglés a recargarlo. La llamas planta menos uno y no sótano, porque siempre has imaginado los sótanos como lugares lúgubres y oscuros. Y la planta menos uno de El Corte Inglés está bien iluminada y huele a limpio. A veces vas con Eva. Quedáis a las seis y media o a las siete, a la hora que queda la gente.

En la planta -1 de El corte Inglés te atiende un hombre mayor, con traje y corbata. Todo muy Corte Inglés. Le dices que quieres poner dinero en tu móvil y te pregunta "¿Cuánto desea recargar?". Qué difíciles son estas situaciones, cuanto tú eres un chaval y un señor de corbata te trata de usted. Le dices lo que quieres que siempre son cinco euros. Lo dices así: "Cinco euros, por favor".

Y él hace un montón de cosas al otro lado de la caja registradora. Realmente no sabes si hace un montón de cosas al otro lado de la caja registradora, porque sólo ves el dorso del aparato y a él muy concentrado, moviendo los dedos. Pero lo imaginas. Aunque también podría estar haciendo masa de falafel. Eso no lo podrás saber nunca.

Total, acaba saliendo el tiquet, lo que choca frontalmente con la posibilidad de que el tipo estuviera haciendo masa de falafel, y el hombre dice: Cabróncincueuros.

Dice exáctamente eso. Durante un instante estás 100% seguro de que ha dicho eso. Pero el porcentaje va cayendo en picado a medida que avanzan las décimas de segundo.

Porque claro, es un hombre mayor, envuelto por un traje que a su vez está envuelto por El Corte Inglés. El puto Corte Inglés. Uno de los pilares funtamentales de la cultura occidental. El paradigma de la corrección y el saber estar en el imaginario de cualquier persona.

¿Necesitas un sacapuntas? Ves al Corte Inglés. ¿Necesitas un jersei de cuello alto? El Corte Inglés tiene algo que decir al respecto. ¿Te persiguen un grupo de adolescentes skin-heads? Entra, El Corte Inglés cuidará de ti.

Pero de repente, un día, el Corte Inglés te escupe a la cara. Le das los cinco euros y te vas de allí pensando que habrás entendido mal. Pero al cruzar la puerta te das cuenta de que algo ha cambiado.

Empiezas a atar cabos y descubres que no hay frase posible que se pueda confundir por un Cabroncincueuros. Dudas de ti mismo, pero luego comprendes que es obvio que te la han jugado. Que ni siquiera era necesario que te dijera el precio, ya que era él el que te lo había preguntado a ti hacía unos segundos. Y da igual que te haya llamado cabrón. Lo que te molesta es la imposibilidad de creer en algo ciegamente.

Ese día aprendes que no puedes confiar absolutamente en nadie. Las certezas entran en la misma categoría que los Reyes Magos o el Ratoncito Pérez. La vida juega contigo y te envuelve una lección imprescindible en ese papel de regalo tan absurdo.

Hubieras preferido que el hombre te hubiera pegado un puñetazo, pero justificado. Que hubieras sido tú el que se ha vuelto loco y ha empezado a tirar paquetes de pañales de la sección de parafarmacia que hay justo al lado. Y que El Corte Inglés, en consecuencia, te hubiera dado esa paliza que tanto te merecías desde hacía tiempo y que nadie se había atrevido a darte.

Pero no. Son ellos los que juegan con la armonía del todo, los que hacen ese quiebro metafísico mientras sonríen y te dan el tiquet. Cinco euros.

Así descubres que el universo está roto. Que nada es lo que parece. Que incluso aunque seas tú el que lo haya imaginado todo sigue estando igual de jodido, porque entonces es tu pequeño planeta el que no funciona. Y al fin y al cabo, es allí donde vives.

Pero aun así la idea de que todo haya pasado sólo en tu cabeza te atormenta. Y caminas algo desorientado, parpadeando mucho y diciéndote a ti mismo que el infierno debe ser algo parecido.

Hasta que llegas donde están todos. Dudas si explicarlo. Temes que crean que te lo has inventado. O peor, temes que crean que tu cerebro ha empezado una pronunciada cuesta abajo hacia la locura.

Y te detienes un momento en ese pensamiento. Si fueras un loco, te gustaría ser ese tipo de loco. El que sabe exáctamente qué día perdió el contacto con la realidad. Y te imaginas en un manicomio en el que te conocen como "El 4 de marzo" porque sólo repites "¡4 de marzo de 2004, El Corte Inglés de Francesc Macià!". Aunque imaginarte gritando te perturba un poco. Deseas ser un loco tranquilo, de los que cae bien a las enfermeras.

Esta fantasía te distrae y olvidas tus miedos. Así que, casi sin querer, explicas a los demás que el hombre trajeado de la planta menos uno de El corte Inglés te ha dicho Cabroncincueuros.

Y Eva te mira con los ojos muy abiertos una centésima de segundo. Interrumpe el trago de Trina Naranja, baja la lata y grita "¡Menudo hijo de puta! ¡A mí también me lo hizo el otro día y pensaba que me lo había imaginado!".

Final feliz.

4 comentarios:

  1. a los que tu llamas skinheads, los skinheads les llamamos boneheads...
    suerte con el blog!

    Pablo

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  2. Espero que hagas un largo reparto de historias (de las que solo te pasan a tí), y que no dejes de añadir nunca a co-protagonistas a los que podemos poner cara :)

    Calei.

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  3. Tus historias..... las mejores !!!

    Dalia

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  4. Jajajajaja Dios Sirag, era una historia que tenía Completamente olvidada!! Qué grande, enserio :)

    Un abrazo enorme

    LETC

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